Hay que decir que Walter Isaacson, el tipo detrás de biografías como las de Steve Jobs, Albert Einstein y de unos de los libros más interesantes sobre tecnología, llamado Innovadores, donde describe la fascinante evolución de la computación remontándose incluso a mediados del siglo 19, nos ha sorprendido con este nuevo libro que indaga sobre un tema poco difundido pero que marcará el futuro de la humanidad. Se trata de su último libro titulado El código de la vida.
Descubrirlo en una librería online y ver la reseña ya te vuela la cabeza: Hoy el ser humano puede editar el ADN y con éste, modificar a su amaño la genética de la naturaleza tal como la conocemos. Sus páginas relatan la historia detrás de este impresionante desarrollo y la odisea del grupo de científicos que lo hicieron posible.
Y es que hemos vivido escuchando ultimamente sobre la revolución digital o la inteligencia artificial, pero no habíamos escuchado, o no con la misma intensidad al menos, sobre el desarrollo de una tecnología biogenética durante las últimas dos décadas, que permitirá literalmente editar nuestros genes a nuestra voluntad y elegir cómo construir seres humanos tal y como quién diseña autos o ropa.
Como es de suponer, algo que pareciera ciencia ficción, haciéndose realidad se vuelve un avance para la humanidad que entraña avances insospechados para la ciencia pero también, desafíos éticos realmente escalofriantes por sus alcances para la humanidad. Sin exagerar, es darnos atribuciones que antes sólo se reservaba a Dios.
La técnica para hacer realidad la mano de Dios.
El libro es una crónica sobre la seguidilla de eventos y descubrimientos que llevaron a un grupo de científicos alrededor del mundo, en un esfuerzo conjunto a veces y envueltos en una competencia brutal en la mayoría, desentrañaron los secretos del ADN y desarrollaron una herramienta de edición genética que permiten modificar y manipular genes con una impresionante precisión.
La técnica fue bautizada como CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats) y es resultado del enfrentarse a una realidad lamentable. ¿Cuál? Pues bien, después de décadas de un trabajo mancomunado de distintos países, universidades e inversiones privadas, la humanidad logró secuenciar el Genoma humano. Algo así como descubrir el código fuente de programación de nuestra estructura genética.
El problema, sin embargo, fue que conocer ese “código fuente” no significaba que fuera posible editarlo. En rigor, aprendimos a leer la receta de los seres humanos, pero no teníamos un lápiz para cambiar esa receta si queríamos cambiar el sabor final del resultado.
Sin embargo, siempre existen algunos outsiders, esos que son claves para la innovación, que andan por los arrabales donde nadie se mete y que de pronto descubren por accidente el camino hacia logros insospechados. Uno de ellos fue el español Francisco Mojica, científico de la Universidad de Alicante, España, quien en 1993, descubrió, explicado muy resumidamente, la capacidad desconocida de unas bacterias capaces de modificar su propio ADN para defenderse de los ataques de virus. (Sí, los virus y las bacterias han estado en guerra por millones de años, primera noticia que tenía de eso).
Este insólito descubrimiento llevaría a su vez, a dilucidar otro fenómeno más impresionante aún y que es clave: El ARN.
El ARN es el socio que posee el ADN en el genoma y es el que permite que se realicen una serie de procesos dentro de éste sin el cual el ADN no podría replicarse a sí mismo constituyendo la información genética. Sin ser muy exacta la metáfora, es como si el ADN fuera la biblioteca y el ARN, el bibliotecario.
Así fue que se descubrió que el ARN de esas bacterias tienen la capacidad de cortar trozos de ADN de los virus atacantes y con éste, “editar” su propio ADN para introducir información que permita, al replicarse, ser inmune a esos virus. Wow!
Jennifer Doudna, Emmanuel Charpentier y un bibliotecario llamado CRISPR-Cas9.
A partir de la divulgación de los descubrimientos de Mojica, y en una forma resumida de relatarlo, con las bioquímicas Jennifer Doudna (estadounidense) y Emmanuel Charpentier (francesa) liderando una impresionante competencia científica a nivel mundial, se logró desarrollar una técnica a partir de la enzima Cas9, capaz de lograr que el ARN actúe como un verdadero bibliotecario al que le encargamos ir hasta los estantes de la biblioteca donde está almacenada nuestra información genética para sacar los libros que están defectuosos y reemplazarlos por unos nuevos, con la información que queremos que tengan.
Desde la primera publicación de Doudna y Charpentier, en 2012, una verdadera fiebre por avanzar en esta materia ha permitido avances impresionantes, permitiendo hoy corregir fallas (hacer verdaderas “fe de erratas” del genoma, desactivar o borrar genes enteros, invertir o insertar genes o hacer cambios en múltiples genes de manera simultánea, permitiendo literalmente, abrir paso a la creación de super especies vegetales, animales y por cierto, super humanos.
Bill Gates explicando en forma muy simple qué es el CRISPR.
Aparte del Premio Nobel (que ambas obtuvieron en 2020), este impresionante adelanto biotecnológico nos llevará a una nueva dimensión, no sólo en lo que conocemos como medicina, sino en lo que conocemos como “ser humano” al tener ahora el conocimiento para crear personas no sólo inmunes a enfermedades o patologías genéticas sino también, con capacidades musculares y/o cerebrales más allá de lo conocido.
¿Suena a ciencia ficción? Pues, sorprendentemente, no lo es. Es una tecnología que ya está desarrollada y cuyos verdaderos límites sólo están en nuestros propios cuestionamientos éticos.
La invitación a leer “El código de la vida” está hecha. Walter Isaacson presenta una exploración reveladora y accesible de la genética y la edición genética, abordando las implicaciones éticas y sociales de estas poderosas tecnologías. Un libro cautivador y oportuno que nos invita a reflexionar sobre el futuro de la humanidad mientras todos ponemos la atención en la “inteligencia artificial” ignorando un adelanto que tendrá impactos de consecuencias cientos de veces más impredecibles.